Aquí estoy en tu divina presencia, Jesús mío, para visitarte.
He venido, Señor, porque me has llamado.
Tu presencia real en la Sagrada Eucaristía, es el eco de aquellas palabras que nos diriges en el Evangelio: "Vengan a mí todos los que estan cargados con sus miserias y pecados y yo los aliviaré". Aquí vengo, pues, como enfermo al médico, para que me sanes; como pecador al santo, para que me santifiques; y como pobre y mendigo al rico, para que me llenes de tus divinos dones.
Creo, Jesús mío, que estás en el Santísimo Sacramento del altar, tan real y verdaderamente como estabas en Belén, como estabas en la cruz y como estás ahora en el cielo.
Espero en ti, que eres poderoso y bueno, para santificar mi alma y salvarme.
Te amo con todo mi corazón, porque eres la bondad infinita, digno de ser amado de todas las criaturas del cielo y de la tierra; y me has amado hasta derramar tu sangre y dar tu vida en la cruz por mí.
Vengo aquí a buscar un refugio contra la corrupción del mundo. En el mundo todo es falsedad y mentira; vengo a ti que eres la Verdad eterna. El mundo está lleno de abismos de iniquidad; vengo a ti que eres el único Camino de la felicidad. En el mundo todo es sensualidad y pecado; vengo a ti que eres Vida y Santidad de las almas.
¡Dame luz, Señor! ¡Que yo te vea presente en el Sagrario con los ojos de la fe; y que mi corazón beba hasta saciarse de la fuente del amor divino que brota de tu corazón sacramentado!
Amén.