Describimos nuestra tarea en la vida como la participación en la santidad de Dios. Dios nos creó para que fuéramos santos como lo es Él. Nos creó para que lo conozcamos, lo amemos y le sirvamos, y para que vivamos con Él para siempre en la felicidad eterna. El mandamiento de Dios para los israelitas es un mandamiento para todo su pueblo.
Porque yo soy el Señor, su Dios, y ustedes tienen que santificarse y ser santos, porque yo soy santo… Porque yo soy el Señor, el que los hice subir del país de Egipto para ser su Dios. Ustedes serán santos, porque yo soy santo. – Levítico 11,44–45
La capacidad y la libertad de vivir una vida santa es un don de Dios. Él no solo nos invita a vivir una vida en comunión con Él, sino que también nos da los poderes para vivir esa vida. Dios nos da las Virtudes Teologales, que nos ayudan a vivir como sus hijos.
Fe, esperanza y caridad
Las Virtudes Teologales nos permiten fortalecer la santidad, la vida de Dios dentro de nosotros. Son esas fuerzas que parten de Dios y nos dirigen a la santidad. Hay tres Virtudes Teologales: fe, esperanza y caridad, o amor. Recordarás que San Pablo termina su gran himno de amor con este versículo admirable:
En una palabra, ahora existen tres cosas: la fe, la esperanza y el amor, pero la más grande todas es el amor. – 1 Corintios 13,13
Estas virtudes son dones de Dios. Cuanto más elegimos vivir de acuerdo con estas virtudes, más crecemos en santidad.
Gracia y libertad
Con Cristo, todo cambió. Antes de la vida, Pasión, Muerte, Resurrección y gloriosa Ascensión de Cristo, la humanidad estaba bajo el poder del pecado y de la muerte. Él, muriendo, venció a nuestra muerte y nos liberó del poder del pecado. Al resucitar de entre los muertos, restauró nuestra vida de santidad. Nos unimos a Cristo y proclamamos esta fe en la Misa cuando cantamos o rezamos en voz alta:
Por tu cruz y resurrección nos has salvado, Señor. – Aclamación Memorial III, Misal Romano
En el Bautismo, se nos une a Cristo y se nos hace partícipes de su obra de Salvación y Redención. Recibimos la gracia de la santidad, llamada gracia santificante. Se nos reconcilia con Dios Padre en Cristo. Recibimos el don del Espíritu Santo para vivir una vida santa. Dios nos da libremente el don de la Salvación en Cristo. La Salvación no es algo que podríamos haber obtenido solos.
Por él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención. – 1 Corintios 1,30
Con la gracia santificante del Espíritu Santo, se nos hace santos otra vez. Esta gracia del Espíritu Santo nos llama a usar el don de la libertad con responsabilidad y a crecer en santidad (lee Proverbios 12,13). Con la gracia del Espíritu Santo crecemos en nuestra capacidad de elegir lo correcto y de vivir como hijos adoptivos de Dios Padre. Nos acercamos a Dios y nos apartamos del pecado. Aceptamos el perdón y el don de la restauración de nuestra comunión y vida con Dios.
¿Cómo nos ayuda la gracia a ser libres?
Crecer en santidad
El don de Dios de la santidad no es solo para nosotros como individuos. No es algo que guardemos para nosotros. Como Dios comparte su vida y su amor con nosotros, nosotros también compartimos nuestra vida y nuestro amor con los demás. Nuestro crecimiento en santidad implica una manera de vivir con las demás personas. La santidad se relaciona con el modo en que actuamos con los demás.
San Pablo enseña:
Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura, la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente… Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. – Colosenses 3,12–14
La Iglesia nos da las Obras de Misericordia Espirituales y Corporales como guía para vivir una vida de misericordia y compasión como San Pablo describe. Estas Obras de Misericordia son parte de la enseñanza social de la Iglesia: una colección de principios que nos guían para vivir moralmente como una comunidad santa. Sin embargo, las Obras de Misericordia no son solo una idea, son acciones concretas y prácticas que podemos realizar para vivir el Evangelio. Nos muestran con claridad que la santidad no es solo una idea, sino algo que ponemos en práctica todos los días. La santidad es una vida de verdadero valor, una vida que requiere la gracia de Dios.
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