En su encíclica Pacem in Terris, Papa Juan XXIII enseñó que la felicidad que todos buscamos no es totalmente posible aquí en la Tierra. Como Dios nos creó con un alma espiritual además de un cuerpo físico, la vida en la Tierra nunca nos satisfará por completo. Dios nos creó a todos para que estuviéramos con Él para siempre. Mientras permanecemos en la Tierra, nuestra tarea es preparar el camino para el Reino de Dios mediante nuestras obras de amor, justicia y paz. Seguir las Bienaventuranzas nos muestra cómo se hace lo que Dios tiene destinado.
Las Bienaventuranzas resumen las actitudes y las acciones de una persona que vive una vida de santidad. Jesús nos enseñó las Bienaventuranzas en su Sermón de la montaña. Sus enseñanzas son un resumen de lo que significa vivir como su discípulo. Cuando seguimos su camino, se nos promete el don de la vida eterna con Dios en el Cielo.
Entender las Bienaventuranzas
Las Bienaventuranzas nos brindan un camino de gracia para buscar la felicidad verdadera y duradera. Revelan el camino al Cielo. Si pensamos que cada Bienaventuranza es un peldaño de una escalera, podemos ver nuestro camino a Dios. Jesús nos enseña que el primer paso a la felicidad eterna es tener el “espíritu del pobre”. Esta es la característica de los modestos y los humildes, que reconocen su completa dependencia de Dios. Así es como debemos vivir nosotros también. Los que lloran una pérdida también serán reconfortados por Dios. Los pacientes heredarán el Reino de Dios.
Varias de las Bienaventuranzas hablan de la “justicia”. Ser justo significa mantener una relación correcta con Dios y con las demás personas. Esta palabra se vincula con el Reino de Dios. Una persona justa es la que trabaja para cumplir la voluntad de Dios y preparar el camino para que el reino venga en su plenitud. Los de “corazón limpio” son también los que están resueltos a cumplir la voluntad de Dios. No se distraen con nada que pueda separarlos de su anhelo de Dios. Tomando las Bienaventuranzas como guía, podemos ser felices aquí en la Tierra mientras esperamos la promesa de vida eterna con Dios Santísima Trinidad.
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Vivir las bienaventuranzas
Puedes ver las Bienaventuranzas como la manera de vivir la Ley del Amor. Nosotros no podemos ganar el Cielo. Por eso Cristo lo ganó para nosotros. En Cristo, todas nuestras acciones se dignifican. Vivimos la Ley del Amor con gozo porque estamos inmensamente agradecidos por lo que se ha hecho por nosotros.
Tras las huellas de Cristo
Mientras vivimos las Bienaventuranzas, caminamos tras las huellas de Cristo. El camino de Jesús no siempre es fácil. Jesús no ocultó el hecho de que el camino a la felicidad eterna con frecuencia implica dificultades y a veces persecuciones. Vivir las Bienaventuranzas nos fortalece y nos protege con la certeza del amor eterno de Dios. Podemos sentir gozo en medio de nuestras dificultades porque hemos aceptado las palabras de Jesús de que nuestra felicidad será para siempre.
Hombres y mujeres virtuosos
Muchas personas han recorrido el camino de Jesús con gozo y amor por Dios en su corazón. Como miembros fieles de la Iglesia, han vivido una vida de virtud heroica. Algunos de ellos incluso murieron por su fe en Jesucristo. La Iglesia considera a este grupo de fieles parte de la Comunión de los Santos. A algunos se los reconoce oficialmente mediante el proceso de canonización.
Estos hombres y mujeres virtuosos vivieron las Bienaventuranzas y actuaron imitando a Cristo. Llevaron una vida digna porque aceptaban a Dios en ella, vivían de acuerdo con su Ley y sabían que, con fe en Cristo, todo es posible.
San Pablo conocía bien el camino de Cristo. Creía que todas las cosas eran posibles con Dios (lee Marcos 9,23). Enseñó a la Iglesia de Filipos que los caminos a la felicidad implican el gozo y la paz de Cristo:
Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen trato con todos. El Señor está cerca… fíjense en todo lo que encuentren de verdadero, noble, justo y limpio; en todo lo que es fraternal y hermoso, en todos los valores morales que merecen alabanza. Todo puedo en aquel que me fortalece. – Filipenses 4,4–5.8.13
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