Jesucristo estableció la Iglesia con sus Apóstoles y discípulos. Después de la Ascensión, el Espíritu Santo se transformó en la guía principal dentro de la Iglesia. En sus escritos, San Pablo enseña que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, una comunidad de Santos, el Templo del Espíritu Santo y la Esposa de Cristo (consulta 1 Corintios 12,27).
Estas imágenes nos ayudan a entender el misterio de la Iglesia como el Sacramento de Salvación. Nosotros, como miembros de la Iglesia, somos una comunión de los “santos” que participan en el plan de Salvación de Dios. La Iglesia es la Comunión de los Santos. La Comunión de los Santos incluye a todos los fieles miembros de la Iglesia en la Tierra y a aquellos que han muerto. La Iglesia tiene cuatro características esenciales o Atributos. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica.
- La Iglesia es una. Profesa que hay “un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos…” (Efesios 4,5–6).
- La Iglesia es santa: una “nación sagrada” viviendo en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (consulta 1 Pedro 2,9). Participamos de los Siete Sacramentos, sobre todo la Eucaristía.
- La Iglesia es católica, o universal, e invita a todas las personas a ser discípulos de Jesús, que es el Salvador de todo el pueblo. Compartimos con todas las personas los bienes y las bendiciones que Dios derrama sobre nosotros.
- La Iglesia es apostólica, esto significa que está arraigada en lo que los Apóstoles enseñaron en el nombre de Jesús. Los miembros bautizados de la Iglesia participan de los carismas del Espíritu Santo. Hay una conexión continua, llamada sucesión apostólica, hecha visible por el Papa, el sucesor de San Pedro Apóstol, y otros obispos que son los sucesores de los demás Apóstoles.
El Reino de santidad de Dios
Como nuestros ancestros en la fe del Antiguo Testamento, que transitaron de la esclavitud en Egipto a la libertad en la Tierra Prometida, la Iglesia es un pueblo en un viaje de fe. Nuestro destino es el Reino de Dios. Dios terminará este viaje al final de los tiempos, cuando Cristo vuelva otra vez en gloria.
La Iglesia es física y espiritual, humana y divina. Cristo es la Cabeza del Cuerpo y nosotros somos los miembros. Todos los miembros bautizados de la Iglesia, los ordenados, los consagrados y los laicos, forman el único Cuerpo de Cristo. Cada miembro tiene dones únicos y diferentes responsabilidades para edificar la Iglesia.
Todos los bautizados, según su papel en la Iglesia, participan de la responsabilidad de evangelizar y proclamar la verdad de Dios revelada en Jesucristo a aquellos que no la han escuchado o necesitan escucharla nuevamente. Debemos ser Cristo para los demás, viviendo los Mandamientos y las Bienaventuranzas. Jesús les encomendó:
“Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo”. – Mateo 28,19–20
Jesús le dio a San Pedro una responsabilidad única en la Iglesia (lee Mateo 16,18–19). Esta responsabilidad única se conoce como el Ministerio Petrino. Hoy, el Papa continúa este ministerio como el sucesor de San Pedro y el obispo de Roma. El Papa es el pastor inmediato y universal, para toda la Iglesia universal.
El ministerio del Papa incluye la responsabilidad de mantener a la Iglesia unida como un Cuerpo de Cristo. El Papa también asegura que las enseñanzas de la Iglesia sean fieles a la verdad de Jesús, transmitida por los Apóstoles. El Papa apoya y anima a todos los miembros del Pueblo de Dios a proclamar el Evangelio fielmente.
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La vida después de la muerte
El Evangelio proclama que Dios invita a todas las personas a vivir con Él para siempre. Cuando una persona muere, la vida no termina, cambia. En el momento de la muerte, Cristo juzgará la manera en que esa persona ha vivido su vida (lee Mateo 25,31–32). Esto se llama Juicio Particular.
Los que han sido fieles a Dios en la tierra serán invitados al Reino de Dios (consulta Mateo 25,34–40). Esta es la vida eterna en comunión con Dios, la Santísima Trinidad, y con la Santísima Virgen María, los ángeles y todos los hombres y mujeres santos que han vivido antes que nosotros. Esta vida perfecta con Dios se llama Cielo.
Algunas personas que mueren no están listas para recibir el don de la vida eterna en el Cielo. Después de la muerte, son purificadas de su debilidad y se les da una oportunidad para crecer en su amor por Dios. Esto se llama Purgatorio.
Lamentablemente, algunas personas eligen alejarse por completo del amor de Dios. Hacen esto pecando seriamente sin pedirle perdón a Dios. Cuando las personas hacen esto, eligen permanecer separadas de Dios para siempre (lee Mateo 25,41–46). Esta separación eterna de Dios se llama Infierno.
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