El Libro del Génesis, el primer libro de la Biblia, contiene dos relatos de la creación. En el primer relato, aprendiste que Dios es Creador. Es todopoderoso y omnipotente (lee Génesis 1,1—2,4). Dios es el Padre, el Todopoderoso, el Creador de todo lo visible y lo invisible. Esto significa que Dios creó todo y que la creación es buena. Leemos: “Dios vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Génesis 1,31). Dios es la fuente de todo lo bueno, lo verdadero y lo bello.
El segundo relato de la creación enfatiza la relación personal que tiene Dios con la humanidad (lee Génesis 2,4–25). Los sucesos en este relato nos revelan la presencia de Dios y su amor por nosotros. Cuando nos dirigimos a Dios diciendo “Abbá, padre”, como hizo Jesús, y como nos enseñó a hacer, reconocemos la presencia de Dios junto a nosotros y su profundo amor personal por cada uno de nosotros.
A través del Bautismo en Jesucristo, el Hijo de Dios, nos convertimos en hijos adoptivos de Dios nuestro Padre. Dios Padre es perfecto en su amor por nosotros. Jesús enseñó constantemente acerca del amor del Padre. Jesús quiere que conozcamos el cariño paternal que Dios siente por nosotros. Dios desea que todos estemos con Él para siempre (consulta Mateo 18,10–14).
Separados de Dios
Has aprendido que Dios creó a la humanidad en un estado de santidad y justicia original, o de amistad con Él. La Biblia nos cuenta que el pecado y la maldad entraron al mundo bueno de la creación de Dios cuando los primeros humanos le dieron la espalda a Dios. Damos el nombre de Pecado Original a este dar la espalda a Dios y a su plan de la Creación.
Adán y Eva eligieron libremente hacer algo que sabían que Dios no quería que hicieran. Pecaron, y por su pecado, toda la humanidad perdió la santidad original y la justicia original, excepto María, Madre de Dios, que nació libre del Pecado Original. María permaneció libre del pecado personal durante toda su vida. El nombre que se le da a esta gracia única y privilegiada que Dios le dio a María es la Inmaculada Concepción.
El relato de la Sagrada Escritura acerca de la caída en desgracia de la humanidad y la pérdida de la santidad original comienza con la tentación de Adán y Eva. Antes de la Caída, Dios les había ordenado a Adán y Eva:
“Puedes comer de todos los árboles que hay en el jardín, exceptuando únicamente el árbol del conocimiento del bien y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte”. – Génesis 2,16–17
Luego la serpiente, representando a Satán, el Maligno, tentó a Adán y Eva diciéndoles que no morirían. La serpiente mintió a Eva:
“No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. – Génesis 3,4–5
Adán y Eva cayeron en la tentación y pecaron. Rechazaron a Dios rechazando su amoroso mandamiento (lee Génesis 3,1–7). La pérdida de la santidad original se ha vuelto parte de nuestra naturaleza humana caída. Ahora compartimos los efectos del Pecado Original. El mundo y todos nosotros en la familia humana estamos marcados por el pecado. Desde el primer momento de nuestra existencia, o concepción, necesitamos reconciliarnos con Dios.
A través del Sacramento del Bautismo, nos convertimos en hijas e hijos adoptivos de Dios. Renacemos en Cristo con el perdón del Pecado Original en el Bautismo. Recibimos el don y la gracia del Espíritu Santo para vivir como hijos de Dios Padre.
¿Qué significa para ti ser hija o hijo adoptivo de Dios?
La promesa de Salvación
Dios no rechazó a Adán y Eva después de que le dieran la espalda. Se acercó a ellos como un padre bueno y amoroso. Dios prometió enviar a alguien para sanar la relación entre Él y la humanidad. Este es el plan de Salvación de Dios (lee Génesis 3,15).
Todas las promesas de Dios del Antiguo Testamento señalan a Jesucristo, el Salvador que Dios prometió enviar. En verdad, la promesa de Dios de la vida eterna comienza con Jesús. En Cristo se cumplen todas las promesas de Dios. Jesús no abolió la Ley y la Alianza de Sinaí. El Hijo de Dios cumplió y perfeccionó estas promesas (lee Mateo 5,17–18). Jesucristo es la Alianza nueva y eterna (lee 1 Corintios 11,25). Jesús es el Salvador de todas las personas. Cristo es el centro del plan de Salvación de Dios.
El Hijo de Dios, Jesucristo, se hizo hombre, vivió en la Tierra y resucitó de entre los muertos para salvarnos y redimirnos del pecado y la muerte. En Jesucristo nos hemos sanado o reconciliado con Dios, con los demás y con toda la creación.
¿Qué pasa con los que no conocen a Jesús? La respuesta a esa pregunta es muy importante. Dios quiere que todos participen de su vida y de su amor desde ahora y para siempre. La Iglesia enseña que a través de la gracia del Espíritu Santo, Dios obra silenciosa y misteriosamente para atraer a las personas hacia Él y también a aquellos que no conocen a Jesús. Todas las personas que busquen servir y amar a Dios con todo su corazón pueden ser salvadas. Esta es la promesa y el deseo de Dios (lee Juan 17,1–26).
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