Dios nos creó a su imagen y semejanza, y nos llama a amar como Él. Con su amor paternal hacia nosotros, Dios nos ha grabado en el corazón y en la mente una ley que nos guía para vivir como su imagen en el mundo.
Algo en la manera en que Dios nos creó nos impulsa naturalmente a elegir lo que es bueno para nosotros y para los demás. La Iglesia llama a esto ley natural. Esta ley, un patrón o diseño, nos ayuda a descubrir el camino a la felicidad verdadera que Dios nos ha prometido. Esta ley también nos ayuda a reconocer el mal, que nos aparta de la felicidad y de Dios. Estos son los tres principios de la ley natural:
- Hagan el bien y eviten el mal.
- Digan la verdad unos a otros.
- Sean respetuosos los unos con los otros.
Los Diez Mandamientos
Cuando Dios estableció la Alianza con Moisés y con los israelitas, le entregó a Moisés los Diez Mandamientos. Estos mandamientos recordaron al pueblo las Leyes que Dios le había escrito en el corazón. Los Diez Mandamientos mencionan maneras importantes según las cuales Dios quiere que su pueblo viva para que pueda crear una comunidad de cuidado y respeto (lee Éxodo 20,1–17).
Jesús dijo a sus discípulos que debían vivir los Mandamientos. Les dijo que él vino a cumplir definitivamente los Mandamientos, no a suprimirlos (lee Mateo 5,17).
El Gran Mandamiento
Jesús nos dice que vivamos los Mandamientos como Él lo hizo. Debemos amar a Dios y amarnos unos a otros como Él lo hizo. El camino del amor de Jesús es el camino de la vida cristiana. Cuando los fariseos, maestros de la Ley, se reunieron para oír a Jesús, uno de ellos le preguntó cuál de todas las leyes era la más importante. Jesús dijo:
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer mandamiento. El segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la Ley y los Profetas”. – Mateo 22,37–40
Al enseñar el Gran Mandamiento, Jesús reveló su autoridad sobre la Ley. El Gran Mandamiento es la combinación del Shemá y de la Regla de Oro. El Shemá, de la tradición judía, es un recordatorio devoto del Primer Mandamiento, de que Dios es el Señor y que existe un solo Dios.
Escucha, Israel: el Señor, nuestro Dios, es el único Señor. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. – Deuteronomio 6,4–5
Una regla para todos
Durante siglos, los hombres han vivido según reglas diferentes, tanto justas como injustas. Sin embargo, Dios nos ha dado con claridad su norma para vivir los mandamientos. Con el Gran Mandamiento, podemos ver la ley natural en acción. Amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos proviene de lo que se ha llamado la Regla de Oro, un principio de la ley natural. Casi todas las religiones han enseñado y continúan enseñando alguna forma de Regla de Oro. En la Biblia, se la menciona de distintas maneras (lee Tobías 4,15 y Mateo 7,12). En esencia, la regla establece “Traten a los demás como quieren que ellos les traten a ustedes” (Lucas 6,31).
Jesús enseña que los que lo siguen con fidelidad y viven el Gran Mandamiento serán invitados a unirse a Él en el reino que Dios ha preparado desde el principio de la creación (lee Mateo 25,31–40). Esto es posible para todos. Dios, aquí en la Tierra, nos guía a la felicidad dentro de la Iglesia. Sin embargo, la felicidad completa es la vida eterna con Dios y con María y todos los Santos.
¿De qué manera el Gran Mandamiento es una combinación del Shemá y de la Regla de Oro? Explícaselo a un compañero.
“Permanezcan en mi amor”
La felicidad con Dios llega a través de la gracia del amor y la libertad que se halla siguiendo la Ley de Dios. Esta gracia del amor es la gracia del Espíritu Santo que se nos da como miembros de la Iglesia. Cuando actuamos con caridad, usamos la gracia del amor. Y seguimos el Nuevo Mandamiento de Jesús, de “amarnos unos a otros” (Juan 13,34). El Nuevo Mandamiento es la Ley del Amor. Al seguir esta ley, mostramos a los demás que somos discípulos de Jesús (lee Juan 13,35).
El Espíritu Santo nos da la gracia para seguir la Ley del Amor. Jesús enseñó: “Como el Padre me amó, así también los he amado yo: permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he cumplido los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Juan 15,9–10). Siguiendo la Ley del Amor, no somos solo discípulos de Jesús, somos sus amigos (lee Juan 15,14). Amando a Dios, podemos amarnos unos a otros, aun a nuestros enemigos.
“Los llamo amigos”
Amándonos unos a otros somos libres para ser aquello para lo que Dios nos creó: ¡una imagen de Dios! Por eso Jesús dice: “Ya no les llamo servidores, porque un servidor no sabe lo que hace su patrón. Los llamo amigos” (Juan 15,15).
Copyright © 2014, RCL Benziger. Todos los derechos reservados.