En el Nuevo Testamento hay cuatro relatos escritos del Evangelio. Son los Evangelios según Mateo, Marcos, Lucas y Juan. A través de la guía del Espíritu Santo, cada uno transmite la fe de la Iglesia en Jesucristo y en los hechos salvadores del Misterio Pascual. Cada uno anuncia la Buena Nueva de la Salvación en Jesús, que es el Señor y el Salvador del mundo.
Los cuatro Evangelios se formaron en tres etapas diferentes. La primera etapa pertenece a las palabras y las obras de Jesús. La segunda etapa pertenece a la época en que los apóstoles predicaron acerca de Jesús después de que el Espíritu Santo descendiera sobre ellos en Pentecostés. La tercera etapa pertenece a los cuatro Evangelistas: Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, cada Evangelista, un nombre que significa “anunciante de buenas nuevas”, escribió el relato del Evangelio que los Apóstoles habían transmitido acerca de Jesús.
Cada uno de los cuatro relatos del Evangelio transmite la fe de la Iglesia en Jesús desde cuatro perspectivas individuales:
- Mateo presta especial atención a la rica herencia judía de la Iglesia, y a la gran enseñanza de Jesús.
- Marcos enfatiza lo que significa ser un discípulo de Jesús y caminar con Él hacia la Cruz.
- Lucas muestra de qué manera la Salvación en Jesús abarca a todas las personas, en especial a los más necesitados.
- Juan reflexiona acerca del profundo significado de las palabras y obras de Jesús y escribe en un estilo muy poético.
La era del Espíritu Santo
Después de su Resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos y les prometió enviar al Espíritu Santo para que los guiara y para que fuera su intérprete o protector (lee Lucas 24,48–49 y Hechos 1,4–5).
Cincuenta días después de que Jesús resucitara de entre los muertos, el Espíritu Santo llegó a los discípulos como se los prometió. Esto sucedió durante la fiesta judía de Pentecostés, un tiempo para celebrar las bendiciones de Dios (lee Hechos 2,1–4). Llenos de entusiasmo, el Apóstol Pedro y los demás discípulos salieron a las calles de Jerusalén. Allí Pedro proclamó con seguridad el Evangelio. Las personas que habían llegado a Jerusalén desde muchos países para celebrar la fiesta judía de Pentecostés escucharon a Pedro y lo oyeron en sus propios idiomas. Movidos por el Espíritu Santo, miles fueron bautizados (lee Hechos 1,14–41).
Cuando los Cristianos pensamos en el Espíritu Santo, podríamos pensar que el Espíritu Santo esperó hasta Pentecostés para empezar a obrar entre el pueblo de Dios. La verdad es que el Espíritu Santo siempre estuvo obrando en el mundo. Leemos acerca del Espíritu Santo en el relato de la creación (consulta Génesis 2,7 y Salmos 104,30), y con los profetas del Antiguo Testamento (consulta Zacarías 4,5–6). También leemos acerca de las obras del Espíritu Santo en la vida de María y en la de todos los discípulos.
El Espíritu Santo siempre estuvo con Jesús, el Hijo de Dios. Cuando comenzó su ministerio público, Jesús anunció en la sinagoga de Nazaret:
“El Espíritu del Señor está sobre mí”. – Lucas 4,18
La misión de Jesús, el Hijo de Dios, y del Espíritu Santo siempre van juntas. La Santísima Trinidad siempre obra unida. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo no pueden separarse.
Hoy, en Pentecostés, celebramos el comienzo de la misión que Jesús le encomendó a la Iglesia (lee Mateo 28,16–20). La Iglesia es una señal y un instrumento de la comunión de Dios con toda la humanidad, y un signo en el mundo de la unidad de toda la raza humana. La promesa que Dios le hizo a Abrahán se cumplió en Cristo. El Espíritu Santo inspira a la Iglesia para que proclame con seguridad el Evangelio.
¿De qué maneras puede ayudarte el Espíritu Santo en tu vida diaria?
Templo del Espíritu Santo
El Evangelio de Juan nos cuenta que cuando Jesús crucificado vio a su madre y al discípulo amado, de pie ante la Cruz, dijo:
“Mujer, aquí tienes a tu hijo”. Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. – Juan 19,26–27
El “discípulo amado” que está al pie de la Cruz representa a todos los que son discípulos de Jesús. María, la Madre de Dios, es la madre de todos los que siguen a su Hijo, Jesús. María es la Madre de Dios y la Madre de la Iglesia, el Cuerpo de Cristo.
María es la primera de todos los seguidores de Jesús. Fue verdaderamente un templo del Espíritu Santo. La alabamos porque es bendita entre todas las mujeres por el fruto de su vientre, Jesús. El Espíritu Santo siempre está con ella (consulta Lucas 1,35).
¿Qué significa decir que María es “un templo del Espíritu Santo”?
En su primera Carta a los Corintios, San Pablo pregunta a la comunidad cristiana de Corinto:
“¿No saben que sus cuerpos son templo del espíritu Santo, que habita en ustedes y que han recibido de Dios?” – 1 Corintios 6,19
El Espíritu Santo habita dentro de cada uno de los bautizados y de toda la Iglesia. La Iglesia es el Templo del Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es la fuente de la vida de la Iglesia y de su unidad como el único Pueblo de Dios. El Espíritu Santo es también la única fuente de la riqueza de los muchos dones y carismas de la Iglesia.
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