Dios nos dio Mandamientos para recordarnos lo que es más importante en la vida. Los primeros tres Mandamientos nos enseñan maneras en las que debemos amar a Dios, nuestro Señor, con todo nuestro corazón, nuestra mente y nuestra alma (ver Mateo 22,37). Dios le dio a Moisés sus Mandamientos, y este era el primero y más importante de todos:
Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud. No tendrás otros dioses delante de mí. ‐ Éxodo 20,2–3
El Primer Mandamiento
Este Primer Mandamiento nos enseña que debemos adorar solo a Dios. Debemos poner nuestra fe y nuestra esperanza en Dios y amarlo por encima de todo lo demás. El ateísmo, o negar la existencia de Dios, es un pecado contra el Primer Mandamiento. Este Mandamiento también nos advierte acerca de la idolatría. Los ídolos son aquellas personas o cosas que ponemos por delante de Dios. Los ídolos de nuestra vida podrían ser cosas como el poder, la fama, las posesiones materiales, el dinero y hasta alguna persona. Todos sabemos qué fácil es amar estas cosas hasta excedernos y permitirles que controlen nuestra vida.
Nuestra prioridad máxima
Hay muchas cosas en la vida que nos dan un sentimiento de gran placer y emoción, especialmente cuando las ubicamos en el centro de nuestra vida. Algunas veces puede ser el artefacto más nuevo, la última moda o el deseo de ser la “estrella” de un equipo. En sí mismas, no son malas. Pero cuando se convierten en la prioridad de la vida, las adoramos como si fueran un ídolo. Los ídolos consumen nuestro tiempo y energía y nos esclavizan. Cuando Dios es nuestra prioridad máxima, nos liberamos, estamos verdaderamente libres para buscar la felicidad.
El Segundo Mandamiento
Cuando priorizamos cosas en nuestra vida, buscamos ordenarla con la esperanza de no solo de manejarla, sino también disfrutarla. Por lo general, las palabras que usamos dicen mucho de nuestra actitud hacia la vida.
No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano. ‐ Éxodo 20,7
El Segundo Mandamiento nos enseña que debemos usar el nombre de Dios y el de Jesús, María y los Santos con reverencia y respeto. La blasfemia es el uso de los nombres de Dios, de Jesucristo, de la virgen María y de los Santos de manera ofensiva. De hecho, todas las palabras que usamos y nuestra intención detrás de ellas dicen mucho de la condición de nuestro corazón.
Este Mandamiento también enseña que debemos hacer un juramento solo cuando sea necesario, como cuando estamos frente a un tribunal. Cada vez que ponemos a Dios como testigo, debemos decir la verdad. Usar el nombre de Dios o de Jesús cuando estamos enojados, para hacer alarde o para decir, de manera casual, “Lo juro por Dios” viola el Segundo Mandamiento.
El poder de las palabras
Cada uno de nosotros sabe que nuestras palabras afectan a los demás, no solo por cómo las decimos, sino por cómo las usamos. Podemos usar nuestras palabras para alabar, honrando lo que es sagrado, como Dios o el prójimo. También podemos usar nuestras palabras para insultar, dañar a los demás con nuestra blasfemia. Algunas palabras tienen tal impacto cuando las usamos que, independientemente de nuestra intención, son poderosas. El nombre de Dios y de Jesucristo son ejemplos de palabras poderosas y sagradas. Dios, por encima de todo, merece nuestro respeto y nuestra adoración.
¿Qué influencias del mundo que te rodea muestran una falta de respeto por los nombres de Dios y de Jesús? ¿Qué puedes hacer para enfrentarte a ellos?
El Tercer Mandamiento.
En el Antiguo Testamento, el séptimo día o Sabbat, Dios descansó de la creación. Ordenó a su pueblo hacer lo mismo:
Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. ‐ Éxodo 20,8–10
El Sabbat se debe dejar aparte de los otros días de la semana y considerarlo el Día del Señor.
Para los cristianos, el domingo es el Día del Señor. Es el día en el que el Señor Jesús resucitó de entre los muertos. Es el primer día de la nueva creación del mundo en Cristo. Es el día en el que nos concentramos en mantener a Dios ante todo en nuestra vida.
El domingo se debe guardar como el día de precepto más importante. Los católicos tienen la obligación de participar de la Misa del domingo y de otros días de precepto. Descansamos de todo trabajo que no sea necesario. Debemos usar el domingo como el día que nos ayuda a mantener nuestro corazón y nuestra mente concentrados en Dios. Si empezamos nuestra semana con Dios primero en nuestro corazón y nuestra mente, el trabajo que hacemos el resto de la semana será por amor y honor a Él.
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